
El uso de las redes sociales en estos últimos años ha resultado una revolución tecnológica. Ya prácticamente todo lo podemos conseguir por internet, casi siempre a través de una aplicación tenemos el producto que buscamos, y nos lo traen a casa, sin esfuerzo. También a nivel laboral hemos adaptado nuestra logística haciendo cada vez más las reuniones y encuentros en línea. Hasta la pareja la podemos encontrar por aplicaciones! (y que conste que no tengo nada en contra de esta modalidad, de la que en algún momento haré un post en la web).
Está claro que las redes nos aportan unos beneficios y una serie de ventajas que nos permiten optimizar nuestro tiempo y acceder a muchos recursos sin movernos de casa, de forma cómoda. También las redes nos ofrecen visibilidad y una gran ventana al mundo.
Ahora bien, ¿todo se puede conseguir en las redes sociales?
Esta pregunta me lleva a pensar que hay cosas en las que inevitablemente hemos perdido. Una de ellas es en cómo gestionamos y alimentamos las relaciones interpersonales. Las relaciones humanas sí que requieren de esfuerzo, de cultivo, de cuidarlas, de quedar físicamente con esa persona. Si reducimos las relaciones sociales a una pantalla o a unos pocos mensajes de texto con emoticonos o unos «likes», nos estamos equivocando, y aún más estamos perdiendo la esencia del contacto y la conexión, tan importantes para nuestra salud y equilibrio emocional.
En estos días he visto el capítulo de una serie que me hizo reflexionar sobre este post que os envío, os invito a que lo veáis también. Hasta que punto ¿sólo somos válidos si estamos en redes o somos populares? En qué momento ¿es más importante un me gusta de un desconocido que hacer un café o comer, ir al cine, charlar de forma sincera con un amig@?.
El contacto humano es una de las necesidades básicas que tenemos las personas, y estudios científicos revelan que es insustituible, y que el hecho de no contar con él nos trae consecuencias en nuestro bienestar psicológico.
Black mirror-Caída en picado
